jueves, 4 de febrero de 2010
Mi vida en Facebook I
Dios me invitó a ser su amigo en Facebook pero como no lo conozco le puse que no.
martes, 26 de enero de 2010
A la vida le falta una banda sonora
La vida misma es interesante y divertida aún si no es de las que te sonríen siempre, aún si es de las que te aporrean cuando te diste vuelta. La sabiduría popular dice "si la vida te da la espalda tocale el culo" a lo que le agregaría "pero después no te hagas el piola porque te la pone de parado".
La vida es como una mala película de Hollywood, con un guión berreta que genera sonrisas y llantos abrazados a un balde de pochoclos, a una bolsa de papas fritas o un paquetito de Rocklets, pero las películas tienen algo que la vida no, una banda sonora. Recuerdo una pelicula, mucho muy mala, llamada "The Cable Guy" en la que Jim Carrey personifica a un adicto a la televisión por cable y decía algo como "la vida sería más emocionante si tuviera banda sonora", coincido.
Pero a veces me pregunto, ¿realmente la vida no tiene banda sonora? Y me respondo, a veces la tiene. No sé cómo funciona pero la tiene y recurro a una memoria personal para ejemplificar. Hubo una época en la que estuve enamorado perdidamente de una chica con la que solía salir pero las cosas no funcionaban correctamente por más que la lucháramos. Tuvimos más de una ruptura y una de esas rupturas fue en el pasillo de entrada a su casa, uno de esos típicos pasillos de ph al fondo. Estábamos cabizbajos, en silencio, a oscuras, casi no nos veíamos los rostros pero ambos estábamos tristes y amargados, y de pronto, en medio del silencio de la noche se detiene un auto en la esquina y comienza a sonar "I Wanna Know What Love Is" de Foreigner y mientras los blondos cantaban "I wanna feel what love is, I want you to show me" los dos nos miramos a oscuras y nos reímos incrédulos de la carta que ponia en juego la vida.
Recuerdo días más tarde ir a un bar con ella, a charlar, a tratar de remar un poco más (eso se llama fuerza de voluntad), sentarnos en la mesa, callados de nuevo, cabizbajos de nuevo, con una tenue luz, de fondo había música como en todo bar que se digne de serlo. Cuando nos sentamos estaba terminando una canción que no recuerdo ni recordaré pero nunca olvidaré que de pronto comenzó a sonar "Should I Stay or Should I Go" de The Clash. Cabizbajo noté la increíble "coincidencia" y no dije nada pero ella empezó a reír señalando el techo como hace uno cuando señala la música que suena alrededor de uno y nuevamente reímos mientra yo le decía "tu indecishon me molesssta" imitando la fonética de los ingleses.
Estas y otras situaciones similares que se han sucitado me hacen pensar que a veces nuestro ángel guardián, además de ser ángel y buen contador de chistes, es un copado DJ.
Dante Karnstein
La vida es como una mala película de Hollywood, con un guión berreta que genera sonrisas y llantos abrazados a un balde de pochoclos, a una bolsa de papas fritas o un paquetito de Rocklets, pero las películas tienen algo que la vida no, una banda sonora. Recuerdo una pelicula, mucho muy mala, llamada "The Cable Guy" en la que Jim Carrey personifica a un adicto a la televisión por cable y decía algo como "la vida sería más emocionante si tuviera banda sonora", coincido.
Pero a veces me pregunto, ¿realmente la vida no tiene banda sonora? Y me respondo, a veces la tiene. No sé cómo funciona pero la tiene y recurro a una memoria personal para ejemplificar. Hubo una época en la que estuve enamorado perdidamente de una chica con la que solía salir pero las cosas no funcionaban correctamente por más que la lucháramos. Tuvimos más de una ruptura y una de esas rupturas fue en el pasillo de entrada a su casa, uno de esos típicos pasillos de ph al fondo. Estábamos cabizbajos, en silencio, a oscuras, casi no nos veíamos los rostros pero ambos estábamos tristes y amargados, y de pronto, en medio del silencio de la noche se detiene un auto en la esquina y comienza a sonar "I Wanna Know What Love Is" de Foreigner y mientras los blondos cantaban "I wanna feel what love is, I want you to show me" los dos nos miramos a oscuras y nos reímos incrédulos de la carta que ponia en juego la vida.
Recuerdo días más tarde ir a un bar con ella, a charlar, a tratar de remar un poco más (eso se llama fuerza de voluntad), sentarnos en la mesa, callados de nuevo, cabizbajos de nuevo, con una tenue luz, de fondo había música como en todo bar que se digne de serlo. Cuando nos sentamos estaba terminando una canción que no recuerdo ni recordaré pero nunca olvidaré que de pronto comenzó a sonar "Should I Stay or Should I Go" de The Clash. Cabizbajo noté la increíble "coincidencia" y no dije nada pero ella empezó a reír señalando el techo como hace uno cuando señala la música que suena alrededor de uno y nuevamente reímos mientra yo le decía "tu indecishon me molesssta" imitando la fonética de los ingleses.
Estas y otras situaciones similares que se han sucitado me hacen pensar que a veces nuestro ángel guardián, además de ser ángel y buen contador de chistes, es un copado DJ.
Dante Karnstein
lunes, 25 de enero de 2010
Legalización de la prostitución
¿Y si legalizamos la prostitución?
A- ¡Dale que va!, total esto es un viva la pepa.
B- ¡¡Nooo!! ¡¡Es amoral y corrompe a las generaciones venideras!!
C- Qué se yo, ¿habría descuento para estudiantes?
El otro día me decía, si legalizan el uso privado de marihuana con el fin de poder luchar más fácilmente contra el narcotráfico, ¿por qué no legalizar la prostitución para luchar más fácilmente contra el contrabando de menores y todos esos asuntos? Aparte me imagino un mundo aún más copado, porque hay gente que es muy fea o muy introvertida o simplemente gente a la que no le interesa una relación estable y desea pagar por sexo, no los podemos mirar mal, eso siempre existirá como siempre existió, entonces esa gente seríamos felices… ¡Sería feliz digo!, o sea, ellos, claro, los que consumen, no, yo no sería feliz, o sea, sí, porque estaría bueno, ¡pero no porque yo vaya y consuma eh!, me refiero a los que van y… Bueno, ya saben, trompeta sensual, cortina de satén semitransparente, vientito ligero, como en esas películas francesas que vemos los viernes en la trasnoche, ¡que ven! Los que ven esas películas, que yo sé que están en ese horario porque un amigo siempre me cuenta… Es un caso ese tipo…
La cuestión es que sería más práctico porque se podría pagar con efectivo o tarjeta de crédito por ejemplo, pedir factura A para discriminar el IVA si vas a un cabarulo, o sino la prostituta puede ser monotribustista e incluso mejoraría el porcentaje de ocupación, ¡le conviene hasta al Gobierno!
Aparte imagino tener un prostíbulo abierto en la esquina de mi casa sin ningún problema, con los papeles de la AFIP pegados en la puerta y los stickers de las tarjetas de crédito que se aceptan. Un localcito con toldo rojo y techo tinglado que dice “El cabarulo de Sara” ponele, entrás, saludás a Sara: -Hola, Sara, ¿cómo le va? – tranquilamente, como saludás al farmacéutico o al diariero que solés frecuentar, y no la tutéas porque ya es una señora con experiencia encima que gracias a la legalización logró montar su propia PyME de placer sexual.
Sacás número y te sentás a esperar tu turno, te atienden, vas a un cuarto que sabés está limpio porque por ahí pasó sanidad a controlar que todo esté en orden y empezás con lo tuyo, ¿no? Todo el asunto ese de bajarse los pantalones y esas cosas que hace la gente de malos pensamientos, no como uno que tiene la cabeza bien puesta en su lugar, por debajo de la bragueta digamos…
Imagino una situación habitual, la señorita en cuestión le baja los jeans al consumidor (aunque en este caso no estoy muy seguro quién consume ni qué consume, es como todo un tema aparte), lo estimula y con una frase típica se daría un diálogo como:
-¡Qué grande la tenés!
-¡Qué grande esta tarjeta!- diría el hombre emocionado por poder realizar el trámite en cómodas cuotas sin intereses, ni hablar si sale Juan Carlos Mesa de adentro de un placard con una réplica de cartón de metro y medio de ancho de la tarjeta en cuestión.
Después del consumo del servicio bajás, vas a la caja y le abonás a Doña Sara con tu tarjeta, en 3 cuotas, sin interés que luego en tu resumen de la tarjeta figuraría como “Doña Sara Prost”, porque los resúmenes de las tarjetas cortan los nombres de los locales a una X cantidad de caracteres por lo que noté, y si tu pareja pregunta por ese "Doña Sara Prost" vos rápidamente le decís que es la marca de la pollera que le regalaste el fin de semana pasado y que "¿justo podés creer que no tenía etiqueta con el nombre de la marca? Ya no hacen las cosas como antes".
Sino podés pagar con tickets canasta, que ahora están en peligro de extinción (si es que ya no pasaron a mejor vida) pero mientras tengas podés usarlos, o mejor aún, acumulás algo así como millas de viajero o puntos como en la tarjeta de las estaciones de servicio o de las librerías, vas comprando y sumando puntos que podés cambiar por artículos o servicios en los prostíbulos afiliados, total ya existe una tarjeta Erógena con descuentos en hoteles, ¿por qué no darle un uso aún más práctico? Sería algo como:
35.000 puntos – servicio completo
15.000 puntos – servicio oral
2.600 puntos – disfraz de colegiala, stripper o policía
1.200 puntos – disfraz de conejita, enfermera o súper heroína
650 puntos – una caja de condones de 12 unidades
250 puntos – una caja de condones de 3 unidades
100 puntos – un condón
No te digo que vas a sumar de 5000 puntos cada vez que vas, se suma de a poquito, imaginá que los premios no son cosa de todos los días y aparte el otro día fui a un telo y me cobraron como 13 mangos la cajita de Prime así que 100 puntos no está taaaan mal considerando los precio actuales.
Los disfraces varían depende de la demanda claro está, pero se me hace que la colegiala tiene como más demanda de mercado que la conejita, no sé, digo desde mi punto de vista. Me cae mucho mejor la colegiala. Y así habría de todo, juguetes eróticos, bebidas, sidras, vinos, champagnes, horas en hoteles transitorios, desayunos, todo sumando puntos, y ni hablar de los descuentos con la tarjeta de Club La Nación, sería algo como “10% en parrilla ‘El Arriero Rengo’”, “2x1 en Teatro Coliseo”, “15% de descuento en morochas mayores de 24” y cosas así.
De repente imagino un grupo de prostitutas cortando Av. de Mayo pidiendo por nuevos puestos de trabajo vaya uno a saber dónde o Página12 criticando el monopolio de rubias. Juntamos firmas en cualquier momento y nos vamos todos de trolas para festejar, pero yo no voy porque a mí el sexo pago no me va (bah, depende cuánto me ofrezcan, y si es en blanco y freelance, saco número y vuelvo).
A- ¡Dale que va!, total esto es un viva la pepa.
B- ¡¡Nooo!! ¡¡Es amoral y corrompe a las generaciones venideras!!
C- Qué se yo, ¿habría descuento para estudiantes?
El otro día me decía, si legalizan el uso privado de marihuana con el fin de poder luchar más fácilmente contra el narcotráfico, ¿por qué no legalizar la prostitución para luchar más fácilmente contra el contrabando de menores y todos esos asuntos? Aparte me imagino un mundo aún más copado, porque hay gente que es muy fea o muy introvertida o simplemente gente a la que no le interesa una relación estable y desea pagar por sexo, no los podemos mirar mal, eso siempre existirá como siempre existió, entonces esa gente seríamos felices… ¡Sería feliz digo!, o sea, ellos, claro, los que consumen, no, yo no sería feliz, o sea, sí, porque estaría bueno, ¡pero no porque yo vaya y consuma eh!, me refiero a los que van y… Bueno, ya saben, trompeta sensual, cortina de satén semitransparente, vientito ligero, como en esas películas francesas que vemos los viernes en la trasnoche, ¡que ven! Los que ven esas películas, que yo sé que están en ese horario porque un amigo siempre me cuenta… Es un caso ese tipo…
La cuestión es que sería más práctico porque se podría pagar con efectivo o tarjeta de crédito por ejemplo, pedir factura A para discriminar el IVA si vas a un cabarulo, o sino la prostituta puede ser monotribustista e incluso mejoraría el porcentaje de ocupación, ¡le conviene hasta al Gobierno!
Aparte imagino tener un prostíbulo abierto en la esquina de mi casa sin ningún problema, con los papeles de la AFIP pegados en la puerta y los stickers de las tarjetas de crédito que se aceptan. Un localcito con toldo rojo y techo tinglado que dice “El cabarulo de Sara” ponele, entrás, saludás a Sara: -Hola, Sara, ¿cómo le va? – tranquilamente, como saludás al farmacéutico o al diariero que solés frecuentar, y no la tutéas porque ya es una señora con experiencia encima que gracias a la legalización logró montar su propia PyME de placer sexual.
Sacás número y te sentás a esperar tu turno, te atienden, vas a un cuarto que sabés está limpio porque por ahí pasó sanidad a controlar que todo esté en orden y empezás con lo tuyo, ¿no? Todo el asunto ese de bajarse los pantalones y esas cosas que hace la gente de malos pensamientos, no como uno que tiene la cabeza bien puesta en su lugar, por debajo de la bragueta digamos…
Imagino una situación habitual, la señorita en cuestión le baja los jeans al consumidor (aunque en este caso no estoy muy seguro quién consume ni qué consume, es como todo un tema aparte), lo estimula y con una frase típica se daría un diálogo como:
-¡Qué grande la tenés!
-¡Qué grande esta tarjeta!- diría el hombre emocionado por poder realizar el trámite en cómodas cuotas sin intereses, ni hablar si sale Juan Carlos Mesa de adentro de un placard con una réplica de cartón de metro y medio de ancho de la tarjeta en cuestión.
Después del consumo del servicio bajás, vas a la caja y le abonás a Doña Sara con tu tarjeta, en 3 cuotas, sin interés que luego en tu resumen de la tarjeta figuraría como “Doña Sara Prost”, porque los resúmenes de las tarjetas cortan los nombres de los locales a una X cantidad de caracteres por lo que noté, y si tu pareja pregunta por ese "Doña Sara Prost" vos rápidamente le decís que es la marca de la pollera que le regalaste el fin de semana pasado y que "¿justo podés creer que no tenía etiqueta con el nombre de la marca? Ya no hacen las cosas como antes".
Sino podés pagar con tickets canasta, que ahora están en peligro de extinción (si es que ya no pasaron a mejor vida) pero mientras tengas podés usarlos, o mejor aún, acumulás algo así como millas de viajero o puntos como en la tarjeta de las estaciones de servicio o de las librerías, vas comprando y sumando puntos que podés cambiar por artículos o servicios en los prostíbulos afiliados, total ya existe una tarjeta Erógena con descuentos en hoteles, ¿por qué no darle un uso aún más práctico? Sería algo como:
35.000 puntos – servicio completo
15.000 puntos – servicio oral
2.600 puntos – disfraz de colegiala, stripper o policía
1.200 puntos – disfraz de conejita, enfermera o súper heroína
650 puntos – una caja de condones de 12 unidades
250 puntos – una caja de condones de 3 unidades
100 puntos – un condón
No te digo que vas a sumar de 5000 puntos cada vez que vas, se suma de a poquito, imaginá que los premios no son cosa de todos los días y aparte el otro día fui a un telo y me cobraron como 13 mangos la cajita de Prime así que 100 puntos no está taaaan mal considerando los precio actuales.
Los disfraces varían depende de la demanda claro está, pero se me hace que la colegiala tiene como más demanda de mercado que la conejita, no sé, digo desde mi punto de vista. Me cae mucho mejor la colegiala. Y así habría de todo, juguetes eróticos, bebidas, sidras, vinos, champagnes, horas en hoteles transitorios, desayunos, todo sumando puntos, y ni hablar de los descuentos con la tarjeta de Club La Nación, sería algo como “10% en parrilla ‘El Arriero Rengo’”, “2x1 en Teatro Coliseo”, “15% de descuento en morochas mayores de 24” y cosas así.
De repente imagino un grupo de prostitutas cortando Av. de Mayo pidiendo por nuevos puestos de trabajo vaya uno a saber dónde o Página12 criticando el monopolio de rubias. Juntamos firmas en cualquier momento y nos vamos todos de trolas para festejar, pero yo no voy porque a mí el sexo pago no me va (bah, depende cuánto me ofrezcan, y si es en blanco y freelance, saco número y vuelvo).
martes, 19 de enero de 2010
Una de esas calurosas mañanas de verano
Se levanta esa mañana, una de esas mañanas en las que el cielo es azul claro y el sol abraza las calles, ese ameno calor veraniego lleno de vigor y alegría. A veces es un calor molesto pero a la mañana aún es tranquilo y compañero, junto con una brisa relajante que lo despierta a uno plácidamente. Se levanta esa hermosa mañana extrañando el perfume de su pelo.
Es temprano, bastante temprano, pero no tiene mucho que hacer más que cumplir con su obligación laboral así que apesadumbrado se levanta y desayuna. Le gustaría tener otras cosas para hacer pero no hay más. Desayuna lentamente extrañando su mirada.
Desayunado y listo para la acción de la calle sale de su casa a esperar un caluroso colectivo lleno de pensamientos de gente que desea estar de vacaciones en la costa o la montaña en lugar de estar prendido a un sucio caño de metal. Una mañana propicia para salir en manga corta y caminar escuchando su canción favorita para días de calor y brisa matutina. Al fondo de la cuadra se acerca el colectivo. Se apresura para llegar a la parada antes que lo haga el vehículo y no llegar tarde a la oficina. Sube al colectivo que llega dos segundos después que él a la parada, sube extrañando su sonrisa.
Saluda al chofer por lo bajo y le pide el boleto. El chofer devuelve el saludo mientras se pone los anteojos oscuros, se saca uno de los auriculares y acomoda el ventiladorcito de metal agarrado a unos de los caños. No quiero imaginar cuán sudoroso deber ser un asiento de chofer de colectivo, es un largo viaje bajo el sol. Escuchando uno de sus discos favoritos viaja parado, luego sentado. Un viaje de aproximados cuarenta minutos en los que extraña su voz, sus besos y su piel.
Se seca el sudor de la frente y baja del colectivo, se pone los lentes de sol y trata de acomodarse la maraña de pelo. Intenta estar mínimamente presentable para entrar a trabajar. Cruza la avenida y toca el timbre de la oficina que lo tiene esclavo nueve horas diarias. La puerta se abre, sube dos pisos por escalera, saluda a sus compañeros y enciende la computadora. Comienza a trabajar una mañana propicia para salir en manga corta y caminar escuchando su canción favorita para días de calor y brisa matutina, tomar el colectivo, golpear la puerta de chapa tres veces y esperar a que ella se haga presente con su cara de dormida, su vestimenta de entrecasa y su pelo agarrado con hebillas, un peinado que claramente demostraba que no estaba peinada pero que a él no le importaba.
Dante Karnstein
Es temprano, bastante temprano, pero no tiene mucho que hacer más que cumplir con su obligación laboral así que apesadumbrado se levanta y desayuna. Le gustaría tener otras cosas para hacer pero no hay más. Desayuna lentamente extrañando su mirada.
Desayunado y listo para la acción de la calle sale de su casa a esperar un caluroso colectivo lleno de pensamientos de gente que desea estar de vacaciones en la costa o la montaña en lugar de estar prendido a un sucio caño de metal. Una mañana propicia para salir en manga corta y caminar escuchando su canción favorita para días de calor y brisa matutina. Al fondo de la cuadra se acerca el colectivo. Se apresura para llegar a la parada antes que lo haga el vehículo y no llegar tarde a la oficina. Sube al colectivo que llega dos segundos después que él a la parada, sube extrañando su sonrisa.
Saluda al chofer por lo bajo y le pide el boleto. El chofer devuelve el saludo mientras se pone los anteojos oscuros, se saca uno de los auriculares y acomoda el ventiladorcito de metal agarrado a unos de los caños. No quiero imaginar cuán sudoroso deber ser un asiento de chofer de colectivo, es un largo viaje bajo el sol. Escuchando uno de sus discos favoritos viaja parado, luego sentado. Un viaje de aproximados cuarenta minutos en los que extraña su voz, sus besos y su piel.
Se seca el sudor de la frente y baja del colectivo, se pone los lentes de sol y trata de acomodarse la maraña de pelo. Intenta estar mínimamente presentable para entrar a trabajar. Cruza la avenida y toca el timbre de la oficina que lo tiene esclavo nueve horas diarias. La puerta se abre, sube dos pisos por escalera, saluda a sus compañeros y enciende la computadora. Comienza a trabajar una mañana propicia para salir en manga corta y caminar escuchando su canción favorita para días de calor y brisa matutina, tomar el colectivo, golpear la puerta de chapa tres veces y esperar a que ella se haga presente con su cara de dormida, su vestimenta de entrecasa y su pelo agarrado con hebillas, un peinado que claramente demostraba que no estaba peinada pero que a él no le importaba.
Dante Karnstein
lunes, 5 de octubre de 2009
Pies fríos
Somos solo vos y yo. La tele parece un ser más pero somos solo vos y yo. Solos en la cama, en silencio. Solos vos y yo y una cama donde ocasionalmente hacemos el amor, a veces con la luz, a veces con la luz apagada. Quizás para ya no ver al otro, quizás para ya no vernos a nosotros mismos. Quizás apagamos la luz y lo hacemos a oscuras para invitar al deseo, para que crea que no hay nadie y cuando menos lo espera está dentro de nuestra cama. Una cama de pies fríos y mentes cálidas que piensan en mucho y en nada.
Mentes que pensantes se conectan y se miran y se analizan y se conocen. Se conocen de esa oscuridad de la cama, de la cocina, del comedor, del patio. Se conocen del colegio, se conocen del barrio aunque se hayan criado en diferentes lugares, esas mentes se conocen como si hubieran nacido juntas y hayan sido separadas por un designio de la vida que los rige.
Los pies fríos, la mente caliente, los cuerpos acostados, la tele prendida, la luz apagada invitando al deseo a calentar esos pies, apagar esa tele y juntar esas mentes.
Pero los pies están fríos y las mentes lejanas, el deseo pasa cercano, se asoma y se va.
Sin embargo acá estamos solos vos y yo, con la tele encendida y la luz apagada.
Dante Karnstein
Mentes que pensantes se conectan y se miran y se analizan y se conocen. Se conocen de esa oscuridad de la cama, de la cocina, del comedor, del patio. Se conocen del colegio, se conocen del barrio aunque se hayan criado en diferentes lugares, esas mentes se conocen como si hubieran nacido juntas y hayan sido separadas por un designio de la vida que los rige.
Los pies fríos, la mente caliente, los cuerpos acostados, la tele prendida, la luz apagada invitando al deseo a calentar esos pies, apagar esa tele y juntar esas mentes.
Pero los pies están fríos y las mentes lejanas, el deseo pasa cercano, se asoma y se va.
Sin embargo acá estamos solos vos y yo, con la tele encendida y la luz apagada.
Dante Karnstein
sábado, 12 de septiembre de 2009
Puertas cerradas, ventanas abiertas
Solo veo puertas cerradas y algunas ventanas abiertas por las que podría escapar. Los paisajes que esas ventanas muestran son hermosos y tentadores pero rápidamente podrían pudrirse.
Deseo un paisaje próspero, quizás no sea fácil de mantener pero quiero luchar por él. Aunque ahora esa puerta se cerró alguna vez me permití abrirla un rato sabiendo que pronto quedaría encerrado dentro nuevamente. Me gustaría abrirla una vez más y dejar que la brisa inunde el cuarto para siempre.
Pero esa puerta ya se cerró y no tengo la llave, quedó puesta del lado de afuera, donde siempre estuvo. Alguien ya la usará cuando la vea y desee conocer mi habitación de puertas cerradas y algunas ventanas abiertas.
Dante Karnstein
Deseo un paisaje próspero, quizás no sea fácil de mantener pero quiero luchar por él. Aunque ahora esa puerta se cerró alguna vez me permití abrirla un rato sabiendo que pronto quedaría encerrado dentro nuevamente. Me gustaría abrirla una vez más y dejar que la brisa inunde el cuarto para siempre.
Pero esa puerta ya se cerró y no tengo la llave, quedó puesta del lado de afuera, donde siempre estuvo. Alguien ya la usará cuando la vea y desee conocer mi habitación de puertas cerradas y algunas ventanas abiertas.
Dante Karnstein
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romance habitaciones seguridad introspeccion
sábado, 5 de septiembre de 2009
Una de esas frías mañanas de invierno
Se levanta esa mañana, una de esas mañanas en el que el cielo es gris y la calle es fría, ese frío que se siente como levitando por sobre los adoquines invernales, casi primaverales. Pero para llegar a la primavera hay que pasar por esos días invernales que contienen calor, ese calor molesto, que uno no ve ni termina de sentir, uno no ve el Sol, no ve la luz, no ve las remeras cortas y los pantalones livianos; solo camperas húmedas y jeans apesadumbrados por la mohosidad de los adoquines que yacen por debajo de ese frío con calor oculto que uno siente al salir de su casa.
Es un poco tarde, en otros momentos consideraría que ese horario es temprano pero hoy es tarde, para lo que va a hacer, para el tiempo que tiene, para estar con ella, hoy es tarde, va a poder hacer y estar pero hubiera deseado salir más temprano para estar y hacer más.
Sin desayunar sale a la calle a esperar un húmedo colectivo cargado de pensamientos de gente alicaída que va a trabajar una mañana propicia para taparse hasta la nariz con la sábana favorita o tomar unos mates escuchando su disco preferido de música para lluvia y días de invierno. Al fondo de la calle se acerca el colectivo. Sin sacar las manos de los bolsillos se apresura para llegar a la parada antes que lo haga el vehículo. Le resulta molesto tener que acelerar el paso en esa mañana propicia para mirar la tele acariciando al perro que sin permiso, con cautela y cara de hambre invade la cama o para servirse un café con crema y amarettis y leer la revista que siempre compra. Pero acelera el paso pensando que de esa manera llegaría antes a la casa de la muchacha que lo espera recién levantada y estaría mucho mejor, si no aceleraba el paso debía quedarse a esperar el próximo colectivo, parado en esa esquina mientras pasa el barrendero limpiando el borde de la calle y la llovizna amaga a mojarle la cara de lleno.
Sube al colectivo que llega dos segundos después que él a la parada, saluda al chofer como siempre hace al subir a los colectivos y le pide un boleto al precio mínimo. El chofer devuelve el saludo mirando por uno de los espejos retrovisores, por el que está más a la derecha, uno que está como un poco más abajo de los que están por sobre el parabrisas del lado de adentro; los colectivos deben tener como quince espejos retrovisores acomodados por todo el vehículo y se hace complicado explicar por cuál miraba el chofer al momento de devolver el saludo en un tono amable a pesar del pesado día.
Escuchando la radio viaja sentado los pocos minutos de recorrido hasta la parada ubicada a tres cuadras de la casa de ella. Se baja del colectivo y una ráfaga de viento le echa el pelo hacia atrás; no es largo pero tampoco es corto, es una maraña de pelo no tan lacio pero tampoco enrulado. No le importa mucho, al contrario, sonríe un poco al sentir el aire fresco en su cara luego de viajar en esa caja metálica llena de caras soñolientas y pensamientos pesados. Camina las tres cuadras que lo separan de la casa de su novia, de esa mujer que con solo sonreír puede curarle cada dolor y sentimiento oscuro y vacío que a veces habitan en él, ama verla sonreír porque le hace bien a ella y le hace bien a él, siempre busca su sonrisa así como ella busca que él la haga sonreír.
Golpea la puerta de chapa 3 veces y tras un instante ella se hace presente vestida de entrecasa, con cara de dormida y el pelo agarrado con hebillas, un peinado que claramente demuestra que no está peinada, a él no le importa, le gusta de todas formas, como siempre dijo: “una mujer es bella cuando recién levantada es bella”. Al besarla con una sonrisa se siente satisfecho de haber llegado, quizás no a la hora que deseaba llegar para poder estar y hacer todo lo que le gustaría hacer con ella pero nunca alcanza el tiempo para estar y hacer todo lo que le gustaría hacer con ella porque para él estar con ella una mañana de cielo gris, calle fría y adoquines mohosos es mejor que tomar café, comer amarettis, escuchar su disco preferido de música para lluvia y días de invierno, taparse hasta la nariz con su sábana favorita, leer la revista que siempre compra y acariciar al perro que sin permiso, con cautela y cara de hambre invade la cama.
Dante Karnstein
Es un poco tarde, en otros momentos consideraría que ese horario es temprano pero hoy es tarde, para lo que va a hacer, para el tiempo que tiene, para estar con ella, hoy es tarde, va a poder hacer y estar pero hubiera deseado salir más temprano para estar y hacer más.
Sin desayunar sale a la calle a esperar un húmedo colectivo cargado de pensamientos de gente alicaída que va a trabajar una mañana propicia para taparse hasta la nariz con la sábana favorita o tomar unos mates escuchando su disco preferido de música para lluvia y días de invierno. Al fondo de la calle se acerca el colectivo. Sin sacar las manos de los bolsillos se apresura para llegar a la parada antes que lo haga el vehículo. Le resulta molesto tener que acelerar el paso en esa mañana propicia para mirar la tele acariciando al perro que sin permiso, con cautela y cara de hambre invade la cama o para servirse un café con crema y amarettis y leer la revista que siempre compra. Pero acelera el paso pensando que de esa manera llegaría antes a la casa de la muchacha que lo espera recién levantada y estaría mucho mejor, si no aceleraba el paso debía quedarse a esperar el próximo colectivo, parado en esa esquina mientras pasa el barrendero limpiando el borde de la calle y la llovizna amaga a mojarle la cara de lleno.
Sube al colectivo que llega dos segundos después que él a la parada, saluda al chofer como siempre hace al subir a los colectivos y le pide un boleto al precio mínimo. El chofer devuelve el saludo mirando por uno de los espejos retrovisores, por el que está más a la derecha, uno que está como un poco más abajo de los que están por sobre el parabrisas del lado de adentro; los colectivos deben tener como quince espejos retrovisores acomodados por todo el vehículo y se hace complicado explicar por cuál miraba el chofer al momento de devolver el saludo en un tono amable a pesar del pesado día.
Escuchando la radio viaja sentado los pocos minutos de recorrido hasta la parada ubicada a tres cuadras de la casa de ella. Se baja del colectivo y una ráfaga de viento le echa el pelo hacia atrás; no es largo pero tampoco es corto, es una maraña de pelo no tan lacio pero tampoco enrulado. No le importa mucho, al contrario, sonríe un poco al sentir el aire fresco en su cara luego de viajar en esa caja metálica llena de caras soñolientas y pensamientos pesados. Camina las tres cuadras que lo separan de la casa de su novia, de esa mujer que con solo sonreír puede curarle cada dolor y sentimiento oscuro y vacío que a veces habitan en él, ama verla sonreír porque le hace bien a ella y le hace bien a él, siempre busca su sonrisa así como ella busca que él la haga sonreír.
Golpea la puerta de chapa 3 veces y tras un instante ella se hace presente vestida de entrecasa, con cara de dormida y el pelo agarrado con hebillas, un peinado que claramente demuestra que no está peinada, a él no le importa, le gusta de todas formas, como siempre dijo: “una mujer es bella cuando recién levantada es bella”. Al besarla con una sonrisa se siente satisfecho de haber llegado, quizás no a la hora que deseaba llegar para poder estar y hacer todo lo que le gustaría hacer con ella pero nunca alcanza el tiempo para estar y hacer todo lo que le gustaría hacer con ella porque para él estar con ella una mañana de cielo gris, calle fría y adoquines mohosos es mejor que tomar café, comer amarettis, escuchar su disco preferido de música para lluvia y días de invierno, taparse hasta la nariz con su sábana favorita, leer la revista que siempre compra y acariciar al perro que sin permiso, con cautela y cara de hambre invade la cama.
Dante Karnstein
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